miércoles, noviembre 22, 2006

Para Néstor, con cariño

Día de elecciones.

 

8.25 pm: salgo de casa a cumplir con mi derecho cívico (suena raro que no sea, además, un deber).

8.30pm: vuelvo a casa. Prueba superada.

 

Hace un par de semanas me llegó un papelito por correo, con membrete del estado, que leía:

 

J.M. Gomes

Lugar de votación: Hemelrijken 106, Mesa 4

Miércoles 22 de Noviembre de 2006, de 8.30 am a 9 pm.

 

Con mi precario holandés logré interpretar que se trataba de un aviso para ir a votar (más tarde corroboré mi intuición). Al dorso, una nota que decía algo así: “Si usted no puede ir a votar, puede habilitar a una persona a que lo haga por usted. Simplemente llene los datos de esa persona en el espacio provisto y firme más abajo”.

 

Me imaginé cómo se les caería la baba a nuestros honestos políticos con una cosa así. Por fin un sistema que permite afanarse los votos fácilmente: ya no más gastos innecesarios en zapatillas pre-electorales (si gano te doy la otra, que completa el par), no más necesidad de contratar micros, basta del célebre “el chori y la coca”. Sólo se necesita una impresora, algunos papelitos y una buena base de datos. Y listo! A perpetrarse en el poder in eternum. Linda idea, ¿no Néstor?

 

Hace unos días que andaba preocupado, sin saber qué hacer. ¿Voto o no? No tenía idea de nada. Y no es que haya habido una inundación de carteles y pintadas como las que estamos acostumbrados a ver por todos lados en BAires, mucho tiempo antes de que haya que votar. Es verdad que no consumo mucha tele holandesa (salvo las series que pasan en inglés), por lo que no podría asegurar cuántas hora de comerciales le dedican. Pero puedo afirmar que no pasa el 10% de lo que se ve en la tele allá.

 

Hoy me senté un rato con Ad, un compañero holandés del curso. Me explicó el tema de los partidos, en el nivel general que yo necesitaba, el mínimo para comenzar una búsqueda en Internet sin morir en el intento. Después de algo de research, me decidí.

 

A quién voté, es irrelevante. Pero no puedo dejar de contar lo que me sorprendí cuando entré al lugar de votación. Mirándolo desde lejos, no hay muchas diferencias… varias mesas con números impresos pegados a modo de cartel, un par de fulanos con listas en cada una. En fin, lo mismo que todos conocemos. Me acerqué tímidamente, tratando de mantener la comunicación acotada a un par de palabras. Con mi mejor cara de póquer, entregué mi papelito (ese que me llegó por correo). El pasaporte siempre en la mano.

 

- “Gomes, JM?”

- “Ja (léase iá)” - respondí.

 

Me tildaron en la lista, firmaron, me dieron otro papelito con un número, y me mandaron a la “stemmachine”, o máquina de votar, en donde estaba sentada otra señora. Hacia allí me dirigí, entregué el papel, la mina metió el número en un teclado, me paré delante de otro teclado, elegí, confirmé. Y listo el pollo. (Nota para Néstor y su tío Eduardo: Si están leyendo, antes de seguir siéntense, que lo que se viene no es apto para políticos cardíacos).

 

Salí del edificio con una sonrisa, mezcla de asombro y picardía argenta. Nadie, en ningún momento, miró mi pasaporte.

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