Le tenía mucho miedo al golpe que podía significar volver a Holanda. Alejarme nuevamente de todo, pero esta vez con menos olor a aventura, porque acá ya nada es nuevo. Pensé que me iba a ser muy difícil empezar de nuevo y sin embargo, aunque las primeras horas del desembarco en estos pagos fueron duras, enseguida me recuperé.
Fue más rara la sensación cuando llegué a Buenos Aires, como si nunca me hubiera ido de ahí. Todo estaba en su lugar, y si bien todo había cambiado un poco, nada lo hizo lo suficiente como para serme ajeno. Es verdad que no pasó tanto tiempo y quizá los cambios, más que en Buenos Aires se hayan producido en mí.
Pero cambios o no, Buenos Aires se me brindó completa. No se resistió a que le sacara lo que quise, salvo por las horas que me mantuvo cautivo en un bar, esperando que bajara la inundación y que los autos dejaran de flotar (me acuerdo, me agarra la nostalgia tercermundista, y se me cae un lagrimón...).
Hubo de todo:
Mucha familia...
Juntadas con amigotes...
Nuevas amistades...
Más familia, y por supuesto, mucho brindis....
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