No puedo evitar tener sentimientos encontrados al respecto.
Por un lado estoy realmente entusiasmado con la idea de viajar, conocer muchos nuevos lugares y gente interesante. Sé que voy a crecer mucho, profesional y personalmente. La universidad es buenísima, el posgrado es increíble. La experiencia intercultural de vivir y trabajar con tanta gente distinta, la inserción en las costumbres de un nuevo país... es inagotable lo que se puede aprender.
Por otro lado empieza a atacar fuerte la murriña (término que acaba de mencionar papá en nuestra conversación al respecto). Todo lo que vine haciendo y lo haga de acá en más en Buenos Aires tiene gusto a cierre, fecha de vencimiento. Va a ser duro el momento de pasar por la puerta de embarque en Ezeiza, rumbo al avión.
A modo de atenuar esta murriña, estuve averiguando la manera de dar cierto tipo de continuidad en Eindhoven a un par de cosas que no quisiera dejar: rugby y tango.
En la facultad hay un equipo (se llaman los elefantes) y si bien tienen pinta de ser una banda de delincuentes (como se debe, obvio) voy a tratar de meterme. Seguramente no sea muy competitivo, pero me va a servir para divertirme, hacer amigos y mantenerme en forma.
También averigüé sobre un par de milongas (dícese de los boliches donde se baila tango), por lo que voy a poder sacarle viruta al piso en las holandas.
El corsita también se va.... viejo y fiel compañero de aventuras. Tantas que casi se me pianta un lagrimón...
Ya tengo un pie afuera. Llevo mucho conmigo, y a muchos. No voy a estar solo en mi aventura.
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