martes, enero 16, 2007

Dat is het, mijn vrienden

Mi historia rugbística va de mal en peor.

 

El domingo pasado me levanté muy contento. Desayuné algo, miré un rato de tele, me cociné unos fideos y me fui para la cancha. Nos juntábamos a la 1.30. El día estaba impecable, sin una nube. La temperatura no bajaba de los 10 grados. Definitivamente, un día perfecto para jugar al rugby.

 

Pedaleando, ya casi llegando, y viendo que la única concurrencia al complejo deportivo eran un par de fardos que pasaban rodando al inconfundible estilo de las películas del Wild West, entré a sospechar. Durante la semana había caído bastante lluvia, y con la fama que tienen los organizadores, no sería raro que hubieran suspendido el partido. Y no fue de ninguna otra manera: estábamos solos. Mi bolso, mi bici y yo. A lo lejos divisé una figura. Venía caminando despacito, cruzando las canchas de fútbol. Por un rato traté de atribuírsela a alguno de los vagos del club, pero no hubo suerte, ninguna matcheaba. Cuando se dignó a llegar (para este entonces yo ya había descartado a toda la gente que conozco, acá, en Buenos Aires y en la China), me enteré que era del equipo de fútbol, y que estaba más perdido que yo.

 

Ahí agarré el celular.

- Y sí, estaba dormido….      UY!  NOOO! Sí, se suspendió. No me digas que no te avisaron… pero esto no puede ser….  Blah blah blah…

 

Sorprendentemente calmo (y atribuyo esto a que no me habían hecho madrugar), enfilé nuevamente pa’ las casas. Todos los domingos, en una placita detrás de mi edificio, se junta una banda de extranjeros a jugar un fulbito. Y hacia allá enfilé, contento de que mi día de deporte no iba a quedar en nada. Quizá más sorprendente que la calma imperante, fue que logré terminar el partido sin lastimar ni hacer enojar a nadie, sin contar alguna que otra planchita sin intención que no fue demasiado objetada (los que me conocen en las canchas, saben de lo que hablo). Y así terminó todo, sin pena ni gloria.

 

Quizá muchos estén al tanto de mi poco balanceada carga de laburo. Hay algunas semanas de relax con un par de clases a las que hay que ir y algún que otro trabajito que entregar. Pero también están las otras, esas terribles que uno ruega que terminen. Y la que acaba de empezar entra en la segunda categoría, junto con varias que la seguirán. Dos grandes cosas atentan contra mi entera disposición al postgrado: rugby y los cursos de holandés. Para tener más tiempo, y no morir en el intento durante las semanas del demonio, había que hacer algo al respecto.

 

Así que elucubré un plan macabro, que no tardé en implementar. Era martes a la noche. El entrenamiento transcurría tranquilo. Como siempre, éramos pocos. El ejercicio era simple. Tackle, ruck, los compañeros pasan y limpian la pelota. En fin, parte del ABC.

 

De golpe todo se interrumpió. Se escuchó un ruido seco, nada agradable, pero no poco conocido. Crack! Pero esta vez no fue un crack tímido, como aquel allá lejos y hace tiempo, que mi rodilla aún recuerda. Esta vez fue un CRAAAAACK con todas las letras (y quizá me quedé corto con las AAAs). Y la rodilla dijo basta, se salió de lugar y me tiró al piso. Pero fue y volvió. De la cancha me fui caminando, y a casa llegué en la bici. Eso sí, bien despacito, porque “Piano piano, si va lontano”. Por como viene la cosa, voy a estar en el freezer por un tiempito. Ya tendré más información al respecto.

 

Qué grande este pibe! Todo lo que se propone lo logra, y con tan poca preparación…. Ahora sí que le voy a poder más dedicar tiempo al nuevo proyecto que, irónicamente, es en un hospital. Mañana pediré los turnos necesarios y probaré cómo funciona la logística de los hospitales. Esta vez, de ambos lados del mostrador.

 

 

 

PS. Traducción del título: Eso es todo, mis amigos.

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